-Ya está resuelto, es falso.

-No existe laboratorio que pueda falsificar el paso del tiempo -dijo el profesor Axel Lumiere mirando el libro.

-Pero, ¿cómo que es falso?, si la policía científica estuvo examinando el libro durante casi dos horas y todavía no pueden decir nada con certeza, y usted mirándolo dice que es falso, no le entiendo.

         Al bibliotecario no le faltaba razón para extrañarse sobre los dichos del profesor Lumiere, no podía tomarse tan a la ligera la autenticidad o falsedad de un libro. Además, no era un libro cualquiera, se trataba de la edición original del Diccionario Filosófico de Voltaire, una reliquia conservada en el museo y biblioteca de un pueblo de Francia, cerca de Ferney. La copia era un obsequio del mismísimo filósofo ilustrado. Esta copia había sido sustraída del museo y biblioteca por alguien que se hacía conocer como el “Falsificador divino”. Lo de divino era debido a la misión que decía tener. Este personaje era un fanático religioso cristiano, que se dedicaba a ayudar a la iglesia con la obra examinadora de material blasfemo o hereje. Este sujeto quería reestablecer el INDEX de libros prohibidos en pleno siglo XX. La Iglesia ya había mandado un documento en donde negaba la participación en el hecho, y respondía por sus miembros del clero. Admitía que el INDEX de  libros prohibidos ya no existía, y que si alguien seguía con esa práctica lo hacía fuera de la iglesia. Esta circunstancia dejaba a dicho sujeto solo, lo que lo hacía más peligroso. El robo había ocurrido en la tarde del jueves. Por la mañana del viernes llegó un fax remitido por el autor del hecho. Allí  contaba sus razones y desafiaba a la policía a que, luego de un examen, afirmaran la autenticidad o no de un  libro dejado en cierta iglesia de la zona. Tenían dos horas para las pruebas, al término de las cuales, debían anunciar en una conferencia de prensa, si el libro allí dejado era autentico o falso. Si acertaban, pues el premio era el mismo libro que estaban buscando, el Diccionario Filosófico de Voltaire.

 Las pruebas habían comenzado, pero, una hora antes de terminar el plazo, recibieron otro fax que establecía una nueva condición, era la siguiente. El sujeto tenía en su poder otro libro, podía ser el falso o el verdadero, si la policía decía que el libro dejado en la iglesia era el verdadero, el sujeto destruía el suyo, y se terminaba el asunto. Se terminaba el asunto para el secuestrador, pero no para el museo, pues si se equivocaban y afirmaban que era el verdadero cuando era, en realidad el falso, este error habría destruido para siempre el original con su impericia.

         Ahora, ¿qué ocurría si decían que era falso? Si esto era afirmado, debían convencer al secuestrador que lo hicieron basado en alguna revisión practicada al libro. Esta prueba tenía que ser dicha en forma clara y científica para que él comprobara que no lo hacían solo por una apelación a la suerte. De esta forma, el secuestrador se aseguraba de que no lo dijeran en base al azar como último recurso. El secuestrador pensaba que, si decían que era verdadero, podía ser muy arriesgado para el museo, mejor era afirmar que era falso y esperar a que la suerte les devolviera el libro original. La verdad que acertaba al pensar así, ya que esta táctica era la que se esperaba seguir si en las dos horas de pruebas no se encontraba algo en concreto.

         Estas nuevas condiciones obligaban a la policía a no equivocarse ni a apelar a la suerte, debían acertar con un argumento que convenciera al sujeto de su verdad.

         Faltaba ya media hora para que se cumpliera el plazo, y el nerviosismo de director de la biblioteca iba en aumento, las noticias de las pruebas forenses de la policía no habían logrado afirmar que el libro fuera falso. Las aplicaciones tecnológicas con que contaban no eran suficientes para determinar la falsedad del libro, tampoco disponían de tiempo suficiente para llamar y desplazar un nuevo equipo tecnológico especializado. Además, temían que esto alterara el plan y que se destruyera el libro, puesto que el secuestrador jamás habló de otro ente examinador. La sede policial estaba en el edificio contiguo a la biblioteca, quizás por esto es que el secuestrador lo eligió como examinador.

-Digamos que es verdadero, el comisario me comunicó que no ven nada sospechoso en el libro, creen que es el verdadero,  y que el sujeto envió el libro original para burlarse de nosotros -dijo el sargento Rantez, como vocero de la policía

-No se…, -vaciló, el director. -¿Y si el delincuente es uno de esos genios de la falsificación e hizo un trabajo perfecto?, ¿si se burla de nosotros no por su inocencia sino por su genialidad, y esta es su obra maestra?

-Debemos estar seguros, no hay margen para el error -siguió diciendo.

-Claro, pero no tenemos el equipo ni el tiempo suficiente para afirmar nada, estamos sin saber que hacer, las pruebas ya terminaron, ahora las estamos repitiendo, no sabemos que más hacer.

         En ese instante un rayo de luz iluminó la mente del director.

-¿Y si la falsificación no fuera visible en su aspecto sino en su redacción?, ¿si el sujeto lo que hizo fue cambiar alguna palabra o frase del Diccionario?, digamos, alguna frase que fuera una blasfemia a Dios, cosa que en Voltaire es harto frecuente, y si encontráramos algunas de estas frases cambiada, tendríamos la prueba suficiente para recuperar el libro.

-Eso…, sí, podría ser, -seguía pensando el director. -No es descabellado en alguien que se autodenomina un cristiano que defiende a Dios, devolver un libro perfecto en su aspecto físico, pero falsificado en su redacción, ese libro volvería a la biblioteca luego de haber fallado la prueba de autenticidad, pero ya no haría daño, según su consideración.

Terminó su argumento y se quedó pensativo.

-¿Usted dice leer el libro y buscar algo cambiado? -agregó Rantez -pero hay dos inconvenientes en ese proceder, primero: no hay tiempo para leer el libro, y segundo: por más que lo leyera alguien no podría encontrar alguna frase cambiada, yo no se nada sobre filosofía o sobre Voltaire, y creo que aquí, salvo usted no hay personas intelectuales que puedan encontrar esos cambios.

-Yo tampoco puedo -afirmó el director. -debemos encontrar a alguien que pueda hacerlo y rápido.

-¿Usted dice un profesor de filosofía, un filósofo? -dijo Rantez.

-Eso mismo, sí, debemos encontrar un profesor de filosofía rápido

-Pero no hay tiempo para traer a alguno de la universidad de Paris, o de otro lado

-No, no Rantez, digo un profesor de aquí, debe haber en esta ciudad alguien que se dedique a la filosofía, no hay tiempo para un Deleuze o un Foucault, alguien cercano, alguien a quien conozcamos

-Pues yo no conozco a nadie, pero bueno, preguntaré a algunos de mis muchachos -. Dicho esto, se fue a la comisaría.

         El director se quedo haciendo memoria, buscando alguien en sus recuerdos parecido a lo que necesitaba, si no lo encontraban rápido, tendrían que ir a las escuelas, institutos y universidades de la zona para encontrar a alguien. En esto estaba cuando llegó otra vez Rantez más animado de lo que se fue.

-Ya esta, ya esta, tuvimos suerte, pregunté a los muchachos sobre si conocían a un profesor de filosofía, uno me contesto que hace poco contrató a alguien para que ayudara a su hijo en la universidad a rendir exámenes, me dió su dirección y su nombre; aquí está.

-Prof. Axel Lumiere, muy bien -dijo el director leyendo el papel-vaya ya a buscarlo, tiene 15 minutos antes del plazo fijado.

-Si ya voy, lo traeremos, no se preocupe, no vive lejos -dicho esto se fue Rantez.

******

         -Muy bien profesor y… ¿qué dice? -le interrogó el director.

 Lumiere era un hombre corpulento, sin anteojos ni barba, de mediana edad. Se sorprendieron al verle, esperaban ver a un hombre enjuto, barbudo y con anteojos. Este hombre parecía más dedicarse a una disciplina física que a una intelectual, cuando saludó al director le apretó fuertemente las manos, éste no disimulo su sorpresa al verle por lo que el profesor dijo:

-Mucha gente cree que los filósofos son gente vieja y desgarbada, pero es un error ya que los griegos tenían en alta estima la intelectualidad, pero también la destreza física. Los pitagóricos pasaban mucho tiempo en los templos, pero haciendo gimnasia, no solo estudiando. Si hasta Aristocles, quizás el más grande filósofo,  era un tipo corpulento, tanto, que le cambiaron de nombre y pasó a la eternidad con su apodo: Platón, que quería decir “ancho de espaldas”.

         Luego de que el director le explicara el motivo de su venida, le rogó que lo ayudara. Le dijo que no tenía que leer mucho, solo lo suficiente, como para darse cuenta sin comparación previa, que había un cambio, luego podrían verificar este cambio con algún ejemplar, pero requerían solo una prueba.

-Muy bien -dijo Lumiere-lo voy a ayudar, muéstreme el libro.

         Lo condujeron hasta el lugar. Cuando llegó lo tomó entre sus manos, lo miró un segundo sin abrirlo y dijo:

-Ya esta resuelto, es falso. No existe laboratorio que pueda falsificar el paso del tiempo.

         La sorpresa fue general, si hasta lo miraban con una mezcla de compasión y encono. Compasión porque pensaban que era un pobre hombre que necesitaba aumentar su orgullo con semejante afirmación sin pruebas de ningún tipo. Y con encono porque, sentían que lo dicho era una burla para tanto trabajo en  los laboratorios, tantos minutos de investigación dedicada, para que este hombre les dijera en un segundo que era falso.

-¡Pero cómo falso! -dijo el director- ¿cómo lo sabe?, digo…, ¿en base a qué dice usted eso?, mire que si nos equivocamos estamos perdidos, por favor lea un poco para asegurarse.

-No es necesario -agregó el profesor -les voy a decir porque es falso, dispongo de cinco minutos para probarlo, si no me equivoco.

-Efectivamente así es –dijo Rantez-luego debemos ir a la conferencia de prensa

-A ver, señor director podría usted traerme un libro de su biblioteca, cualquiera, basta que tenga más de 200 páginas y que sea vieja su edición, digamos…. más de cincuenta años

-enseguida vengo -y salió el director.

         Durante el minuto que demoró, el profesor ni si quiera abrió el libro, no leyó nunca el Diccionario, solo se fijó en los lomos y en las márgenes de las hojas.

-Aquí esta el libro, tiene más de cincuenta años, aunque no es una edición original -habló el director.

         El libro era de Rousseau, El Contrato Social, se trataba de una edición del siglo pasado, cumplía con los requisitos planteados por Lumiere.

-A Voltaire no le hubiera gustado nada que compararan su libro con uno de Rousseau-dijo Lumiere, mientras lo examinaba. Tardó no más de tres segundos, y a continuación dijo:

-Muy bien señores, antes de decirle cual es la prueba de falsedad, les quiero decir algo. Voltaire no fue solo un hombre dedicado a la filosofía, cosa que hacía muy bien, sino que también escribió cuentos, obras de teatro y novelas. Además se dedico a la historia, en donde fue absolutamente original en sus planteos metodológicos. Hoy en día, nuestra forma de ver la historia, no tendría tal agudeza y riqueza si no fuera por sus investigaciones y reflexiones. La historia, descubrió Voltaire, no era una ciencia de hechos sino de interpretaciones, y afirmó que la interpretación oficial de la historia estaba reservada a los que tenían el poder. Con lo cual trastocó la forma de obtener la verdad en las afirmaciones históricas. No conforme con todo esto, defendió la verdad de la ciencia, y de la razón en contra de la magia y la religión, encarnada en la iglesia oficial. Fue el más grande divulgador de la obra de Isaac Newton en Francia, y se pronunció a favor del genio inglés en contra de Descartes, que propiciaba otra física, que a la postre se demostró que era falsa.

Aun durante su vejez le quedaban fuerzas para luchar en contra de injusticia defendiendo a los pobres y a los perseguidos por la iglesia injustamente, aportando con su genio y con su dinero. Si hasta a su más grande enemigo intelectual, le brindó ayuda y protección en su palacio de Ferney, cuando Rousseau era despreciado por la gente que, según pensaba él, eran de naturaleza buena.

-Quedan dos minutos profesor por favor díganos ya su prueba, no hay tiempo -dijo impaciente el director.

-Calma señor director hacia allá voy. Hablamos de Newton y de su defensa por parte de Voltaire, pues allí esta la clave, en Newton.

         Hizo una pausa y siguió.

-Newton descubrió y unificó la razón de todos los movimientos tanto en la tierra como en el cielo, citando al padre nuestro. Newton descubrió que la atracción gravitatoria entre dos objetos era proporcional al producto de sus masas e inversamente proporcional al cuadrado de la distancia que los separa. La gravedad es la fuerza más débil de la naturaleza, pero la más constante y presente, se manifiesta en todo los niveles, no hay que menospreciar a la gravedad. La gravedad hace que nuestros músculos pierdan tono y se caigan, que en nuestra piel aparezcan arrugas, arrugas que no tienen los jóvenes, pues se necesita tiempo y paciencia para que la gravedad haga sus cosas, y aquí señores, está la clave del enigma del libro.

         A continuación, se movió hacia el director  con los dos libros, uno en cada mano mostrándole la parte de los libros opuesta al lomo, la que muestra las hojas todas apretadas.

-¿Qué diferencia ve entre los dos libros señor director?, observe por favor la parte superior de la masa de hojas, y luego mire en la parte inferior. Y ahora para comprobar mi hipótesis le haré una sola pregunta: ¿guardaba usted el Diccionario Filosófico de Voltaire, el original, de la misma manera que guardaba este libro de Rousseau, es decir de tal modo que mostrara el lomo, y estuviera junto a otros libros?

-Claro, -contesto el director-lo guardaba así, como todos los libros en una biblioteca.

-Muy bien, entonces seguiré adelante. Fíjese en la parte inferior del libro El contrato Social de Rousseau, mirando la masa apretada de hojas, verá usted que es convexa, mientras que la parte superior es cóncava. Ahora fíjese en el libro falso de Voltaire y notará que sus partes superiores e inferiores son iguales, ambas planas, esto es producto de que la gravedad no ha actuado como en el libro de Rousseau. Ahora bien, si la obra de Voltaire es original, esto quiere decir que es más vieja aun que la de Rousseau, por lo tanto, si fue guardada verticalmente en una biblioteca durante mucho tiempo, debe tener los efectos de convexidad en la masa de hojas por causa de la gravedad, como este libro no la tiene, es obvio que no posee esa cantidad de años y por más que exteriormente se parezca en aspecto, es falsa, no se puede engañar al tiempo.

-Claro, claro, es increíble sin laboratorios ni lecturas usted ha dado con la prueba definitiva, que inmediatamente hagan la conferencia de prensa y por favor roguemos que este loco fanático cumpla con su palabra, en cuanto a usted profesor, le quiero hacer una pregunta.

         Apartándolo de la multitud que se aprestaba a disponer todo para la conferencia de prensa, le formuló la duda casi como una confesión:

-Mire, usted es muy inteligente, pero ¿no cree que hacer convexo y cóncavo una masa de hojas es muy fácil?

-Pero claro, es muy fácil -contestó Lumiere -solo con una presión de arriba abajo un cierto tiempo, y ya esta, miles de años simulados en una hora.

-Pero entonces ¿por qué este hombre se descuidó?

-Mire señor director, simular este efecto es más fácil que todo lo que hizo con la falsificación de la copia, que es la obra de un genio, en efecto, no se si con los laboratorios más específicos podrían haber encontrado una falla, o quizás sí, pero tardarían mucho, sin embargo, creo que este hombre descuidó este detalle, por ser eso, un detalle, un detalle además que no necesita de aparatos sofisticados para salir a la luz. Este hombre pensó, y acertó en ello, que ante un aspecto general tan increíblemente parecido no perderían el tiempo con una inspección de lector, sino que pasarían a una inspección tecnológica. La inspección de un lector es distinta de la de un tecnólogo, cualquier lector que esta familiarizado con los libros se habría dado cuenta de este detalle, porque, sabe una cosa señor director, los que amamos a los libros los amamos no solo por su contenido, sino que nos atrae su forma también, nos emociona su peso, el olor a tinta, los bordes de sus hojas. Los libros tienen mucha gravedad, pero solo para los que pasamos tiempo junto a ellos. Esos detalles no pueden ser vistos por un técnico de la policía, que olvidó el examen del lector, apurándose a una inspección técnica. Tal vez, el secuestrador sabía todo esto, y si salía ganador era una burla mayúscula. O quizás solo no sabía ciencia, rasgo muy presente en todo fanático religioso. No sabía de gravedad. O quizás Voltaire siga burlándose de ultratumba de los fanáticos religiosos.

-Ja ja ja, usted es tan malicioso como él.

-Claro que si, no se esperaría menos de un volteriano.

Nicolás Pérez

Filósofo y crítico de cine. Actualmente se encuentra trabajando en el area de investigación sobre la epistemología y la filosofía del arte. Ha publicado el libro de ensayos filosóficos sobre cine Imagen y Concepto.

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