Supongo yo, dentro de la Pseudo-inmunidad que me ofrece mi ignorancia, que ni siquiera Mendel durante su muy respetable cosecha de arvejas habrá pensado tanto en la herencia genética como yo. Y es que, durante todo el fin de semana, acompañado de mi té de jengibre y perejil, no pude hacer otra cosa que reflexionar sobre el alcance y las limitaciones de la herencia que aseguran los genes.

   Si los genes permiten la herencia de determinadas enfermedades, o la predisposición a padecer las mismas, el color de cabello y el de los ojos, y muchas cosas más; ¿Realmente resulta descabellado pensar que cosas como los malos hábitos puedan ser heredados también de nuestros progenitores?. Y es que no hace mucho tiempo me di cuenta de que tengo un mal hábito que me acompaña desde siempre. No sé si no me había dado cuenta, o simplemente lo había naturalizado a tal punto de considerar que todas las personas del mundo, sobre todo varones, lo hacían.

    El mal hábito del cual les hablo es  casi como un mini ritual al que recurro antes de vaciar la vejiga ( Pido disculpas por la poca sutileza que tendrá este fragmento, pero considero que, en lo que respecta a lo escatológico, y si se pretende contar algo sin dañar la susceptibilidad de la gente, se debe emplear un léxico que mantenga un equilibrio entre lo técnico y lo coloquial. Porque sí, me desagrada mucho más escuchar a alguien decir: “ expulsé los desechos de mi sistema excretor mediante mi uretra”: que cualquier otra variante más vulgar y que obviamente no repetiré. Antes de continuar también alertaré que igualmente me es repugnante el uso de “pipí”). Como les decía, dicho ritual, que mientras más lo pienso se vuelve una necesidad puesto que no puedo usar el baño si antes no lo hago, consiste en dirigir un escupitajo hacia el lugar  que va a recibir mi orina antes de expulsarla. Básicamente, no puedo orinar si antes no escupo dentro del urinal, inodoro, árbol, pared, lápida del padrastro de mi amigo Luis, o lo que sea que vaya a utilizar como receptor de la orina.

    Decirlo es liberador, ciertamente. Pero suplico que se ahorren los chistes fáciles y las malas interpretaciones. Bajo ningún punto de vista este relato tiene la intención de ser, o funcionar como una alegoría a una o varias prácticas sexuales. De hecho, no se hará referencia alguna a algo que remita mínimamente al sexo. Salvo por una pequeña cuestión más adelante. Bueno, tal vez dos.

   Como he aclarado anteriormente, siempre realicé este hábito de forma consciente, cómo algo natural. No fue hasta que en medio de una fiesta, fui consultado por este y desde entonces no he podido dejar de pensar en por qué lo hago. He de aclarar que el cuestionamiento lo realizó un amigo que entró al baño de una discoteca conmigo, no vayan a pensar que me gusta orinar en público , menos en medio de una fiesta. Habiendo aclarado esto, continúo: he intentado no hacerlo, pero hay una fuerza interna que me obliga, que no me deja tranquilo hasta que lo hago. Y peor aún, pareciera que la vejiga y la uretra se niegan a cooperar hasta que no escupo. A pesar de mi ignorancia, y siendo bastante irresponsable, me aventuré a concluir que esta “fuerza interna” no es otra cosa que la manifestación del temperamento, y como tal, debería ser parte de la herencia genética.

   Tan pronto como llegué a esta conclusión ( durante el fin de semana y sin ningún tipo de investigación  o consulta médica) me propuse visitar a mis padres y observar su comportamiento. Rápidamente concluí que mi madre no podía ser un objeto de estudio puesto que no podría preguntarle. ¿Por respeto a mi madre? Tal vez, pero más que nada es porque mi madre se dializa, y no quiero molestarla con mi pregunta, no creo que sea oportuno preguntar y que mi pregunta despierte cierta nostalgia de cuando sus riñones funcionaban. Pero, para mi buena fortuna, mi visita coincidió con la de mi hermana, quien llegó junto con mi sobrino de 4 años. Imaginarán mi sorpresa cuando, después de haberme ofrecido a acompañarlo al baño, con un tono de voz y un lenguaje corporal que, para serles sincero, me sorprende que mi hermana no haya radicado una denuncia en la comisaría del menor y la mujer, pude ver cómo antes de hacer “ pichí”, cómo le llama él, dejó caer un tímido escupitajo en el inodoro. -Dos varones de la misma familia con el mismo hábito – pensé. Antes de que se apresuren a realizar acusaciones voy a aclarar unas cosas. Primero, no hay manera de que mi sobrino haya aprendido eso de mí, puesto que jamás permitiría que me vea orinar ( no tengo ningún antecedente, ni denuncia por esa clase de cosas). Segundo, jamás espié a mi sobrino, en cuanto lo ví escupir me retiré y lo esperé fuera del baño ( no tengo ningún antecedente ni denuncia por esa clase de cosas).

   Mi teoría estaba casi probada, pero aún así necesitaba una confirmación, digámosle, “más directa”. Entonces fui a la casa de mi padre (Mi padre y mi madre están separados, al parecer a mi padre no le gustan las mujeres sin riñón). Y fue aquí donde lo complicado comenzó. Si tuviera la confianza como para preguntarle directamente a mi padre, sin dudarlo lo haría. Pero ¿cómo le pregunto algo tan íntimo a una persona que no se sabe mi segundo nombre ( me llamo igual que él) , e incluso se olvida mi apellido ( soy hijo reconocido).

   Después de una charla un poco incómoda justificando mi presencia en su casa y de obligarlo a comer media sandía, al cabo de una hora recibió un ultimátum de la vejiga y se dispuso a ir al baño. Conociendo que el baño de su casa se encuentra al final de la casa y sabiendo que el viejo camina lento después de esa lesión en la rodilla que se hizo jugando en la categoría veteranos clase 55, me decidí por correr, saltar la tapia del vecino, meterme al baño por la puerta trasera y esconderme detrás de la cortina de la ducha. Seguramente habrá sido mi grito de júbilo, propio de un investigador que confirma su teoría, al momento de escuchar a mi padre recargar el gargajo más potente de la existencia y escupir dentro del bidet ( el viejo ya está grande y la vista le falla), lo que hizo que él me descubriera y, casi, se orinase encima de mí. Situación que no me dejó otra alternativa que explicarle todo. Para mí sorpresa fue mucho más comprensivo de lo que esperaba, ya que, antes de correrme de su casa para siempre y desheredarme, me confió que también tuvo la misma duda en algún momento de su vida, pero que aprendió a vivir con el mal hábito y a no darle importancia. Sin embargo, me dijo que si mi duda persistía a pesar de todo podría probar suerte con mi abuela.

   En este último fragmento de mi relato me voy a sincerar con ustedes. Mi abuela es una persona de antes, una persona de buenas costumbres. Una persona cuya amabilidad y cariño no conoce límites. Es, sin exagerar, un modelo de mujer evocada al hogar, a sus hijos y a su marido, el cual perdió hace mucho. Por todo esto me costó muchísimo diseñar un cuestionario que fuera sutil y al mismo tiempo me permitiese inferir si mi abuelo también tenía este mal hábito.

   -Abuela, ¿el abuelo era un hombre de buenos hábitos? – pregunté.

  – Excelentes. Todo un caballero. En el pueblo todos lo querían porque era pulcro. Blanco y rubio- contestó la abuela, despertando en mi un deseo de preguntar si por esas casualidades el pueblo donde vivían no era una colonia alemana fundada a mediados de los 40s.                              

  – ¿Él solía escupir en cualquier parte?

  – ¡JAMÁS! – respondió con un tono notablemente alterado. – Era un hombre de higiene intachable.

  – Pero ¿alguna vez lo habrá visto hacer pis en… no sé, un árbol o con usted dentro del baño? Usted sabe, hay veces en las que alguien se está bañando y otro necesita orinar, se corre la cortina y no pasa nada.

  La abuela perdió toda compostura y su muy característico tono amoroso, y entonces  me dijo – ¿Qué clase de preguntas son estás? ¿Acaso mi nieto busca ensuciar la memoria de su abuelo? Un hombre trabajador, bueno y educado ¡No hay forma de que yo lo permita!

– Abuela, le suplico que no me malinterprete. – dije, mientras el miedo de haberla ofendido me comía por dentro. – Lo que pasa es que descubrí que los varones de la familia tienen el mal hábito de escupir antes de orinar, perdone que lo diga así de vulgar. Me preocupa pensar que mi descendencia pueda heredar semejante hábito.                                   

    Obviamente esto último era mentira.

    La expresión de enojo de la cara de mi abuela desapareció , y en cambio comenzó a reírse con su típica gracia y finesa que tanto caracterizan a las damas de su época.  Me conmovió ver tanta elegancia en una sola persona.

-Mi nieto. Me haces reír. Tu abuelo era heredero de una de las familias más respetadas y nobles  del país. Tenía en su poder hectáreas y hectáreas donde trabajaban cientos de personas que subsistían gracias a el. Tenía una imagen que cuidar. No hay manera de que pudiera permitirse hacer algo así – dijo mientras bajaba la mirada en un gesto de melancolía. Luego se volvió a incorporar,  con lo que yo creo que fue una pequeña manifestación de rubor en su rostro, y sin mirarme a los ojos dijo:

 – ¡Pero había un peón que tenía esa costumbre tan fea!

  En ese momento dejé de investigar.

Carlos Miguel Zheng | ¿Te interesaría participar de Babélica? Envíanos tus cuentos/relatos/poemas/notas a: contacto@babelicadigital.com

Deja un comentario

Tendencias